jueves, 28 de febrero de 2008

El desencanto encantado. Diario-guía del Norte de India

El siguiente diario-guía, se escribió en el 2004 durante el primer viaje a India. Vió la luz por primera vez en la revista La Veu (OVNR) en el 2005.

El desencanto encantado. Diario-guía del Norte de India (versión reducida) por María Silvestre

Quería viajar a India, tantas veces sentimentalizada en mi cabeza entre sueños, libros y documentales, lejos del conocido occidente. Vivir “la experiencia”, sin peso durante el camino, como Jesús o San Francisco. Vestida únicamente con lo puesto. Cual fue mi sorpresa y me decepción, al comprobarme indefensa e incapaz de valerme de “la nada” y de asumir la abrumante asfixia que India produce en el viajero.

Valencia, lunes, 9 de agosto de 2004.
Mi propósito comenzó con buen pie: un billete de ida y vuelta, y una mochila de tan sólo 6 Kg, pero Delhi es como una fiera devoradora de aventureros inexpertos.

Delhi, martes, 10 de agosto de 2004.

Tres horas y media de diferencia con Europa. De Delhi a Jaipur en una mini Van. Ram, nuestro conductor, es un pequeño y diestro indio, que conduce a toda velocidad por las carreteras de un sólo carril para ambos sentidos. Lo importante es tener un buen claxon, haciéndolo sonar entre una sinfonía de pitidos. Los camiones llevan decorativamente escrito en la parte trasera, Horn, please. Supongo que pitan para saber cuando se adelantan, pero en la práctica, lo hacen por gusto. Bajo la lluvia del monzón, llegamos Jaipur, la ciudad rosa de Rajastán.

Jaipur, Rajasthan, jueves, 12 de agosto de 2004.
De Jaipur a Agra en mini Van. A estas alturas del viaje ya nos hemos percatado que India está repleta de turistas españoles, de todas partes, no sólo catalanes. ¡Que intrépidos nos hemos vuelto!
El interés de Agra reside en las construcciones Mogolas, la más conocida sin duda, el Taj-Majal. La entrada son 700 rupias para los extranjeros a partir de las 16:00 h., antes 500 rupias, y 20 rupias los indios, siempre. Ver el mármol blanco con piedras preciosas incrustadas tienen su precio.

Agra, Uttar Pradesh, viernes, 13 de agosto de 2004.
Tras visitar el Fuerte Rojo, tomamos el tren hacia Jhansi. Pasamos la noche en el New Way Hotel. Tan sólo 150 rupias por persona y noche (1 € son alrededor de 57 rupias), tan sólo un par de chinches por habitación, tan sólo dieciocho moscas sobre la mesa durante el desayuno en eso que llaman “el restaurante” del hotel.

Jhansi, Madhya Pradesh, sábado, 14 de agosto de 2004.
Tomamos el autobús (a lo indio, con las puertas siempre abiertas) hacia Khajuraho. Cuatro horas. El monzón puntual, nos recibe en Khajuraho, en medio de la selva. Aparece en nuestras vidas Vicky, al que sus amigos llaman Golu. Es como Mowgli en El libro de la selva, pero de unos dieciocho años de edad, fuma como un carretero cigarrillos americanos y tan sólo come algunas golosinas, con su «pequeño tórax de pájaro, de tísico», como escribiría Pasolini de un joven musulmán de Bombay. Ya no nos lo quitaremos de encima, será nuestra sombra. Nos conducirá al Yogi Lodge, lugar de encuentro de los trotamundos. El más barato, 100 rupias por persona y noche. Muy limpio, se nota que lo regenta un yogui.

Khajuraho, Madhya Pradesh, domingo, 15 de agosto de 2004.
Día de la Independencia. Esperábamos una clase de yoga gratis en el ashram pero es fiesta nacional. El yogui dirige un colegio, abierto hace poco, gracias a la colaboración en parte de un español, como nos cuenta él mismo. Los niños y niñas en sus escuelas cantan en éste día grande, recordando patrióticamente la figura de Gandhi Ji. Fuera están los niños que no van a ninguna escuela, observando a los que sí. Tras ellos la selva.
A unos 45 min. de allí, se encuentran las Raneh Falls. En la
estación del monzón están muy caudalosas, pero en la estación seca apenas corre el agua. Dicen que más abajo, donde el agua vuelve a la calma, hay cocodrilos. No los vemos. Por suerte, algunos langures se dejan ver entre los peñascos de las cataratas.
Por la tarde recorremos los Templos Eróticos, también llamados del Kamasutra, que se encuentran junto al núcleo urbano de Khajuraho. Son imponentes, obscenos, majestuosos. Las estatuas que cubren los muros, giran y se
contorsionan en sensuales y atractivas posturas sexuales y de seducción. Si duda mucho más apasionante que el Taj-Majal.

Khajuraho, Uttar Pradesh, martes, 17 de agosto de 2004.
Queremos coger el autobús de las 10:00 h. hacia Satna pero no llega. Decidimos esperar en la estación de autobuses hasta el siguiente autobús que es a las 14:00 del medio día. De vez en cuando, llega Vicky con una motocicleta que al parecer pertenece a todo Khajuraho, mientras nos muestra como la conduce sin manos y nos recita en castellano “mira, mira, Catalina” y “chulo, chulo, mi pirulo”.
El autobús de las 14:00 tampoco llega. Nuestro tren sale de Satna hacia Benarés a las 19:35 y el trayecto hasta Satna es de unas cuatro horas en coche. Decidimos tomar medidas. Por una carretera repleta de socavones, más camino de cabras que una carretera nos encontramos compartiendo taxi, dos italianos, dos franceses y dos españoles dirección Satna. Al fin llegamos a Satna. No hemos tomado nada en todo el día excepto el desayuno. Compramos algún dulce para el tren.
20:05 h. Con media hora de retraso, salimos hacia Benarés.

Varanasi, Uttar Pradesh, miércoles, 18 de agosto de 2004.
Benarés, Varanasi Cantt. Tras ocho horas de tren en 2ª clase con aire acondicionado, llegamos a Varanasi. La dantesca estación está repleta de gente durmiendo en el suelo. Andas sobre sus cuerpos.
Al anochecer, en el Dasashwamedha Ghat, el ghat principal, se realiza la Puja, la ofrenda al Ganges. Se ha convertido en un entretenimiento para turistas, que contemplan el acto desde barcazas. En el resto de ghats de Varanasi, se realizan de manera más íntima las ofrendas o las cremaciones.

Varanasi, jueves, 19 de agosto de 2004.
Visita a los ghats de la derecha, a los que se accede por estrechas callejuelas. La vida se hace en las calles, entre fábricas de seda, templetes en los que se adora el lingam, símbolo fálico de Siva, niños que venden estampas de los dioses y rickshaws.

Varanasi, viernes, 20 de agosto de 2004.
Visita a los ghats de la izquierda, entre ellos el de las cremaciones en Manikarnika Ghat. Es de día y los buscadores de joyas, buscan y encuentran entre las cenizas, el oro que pudieran llevar los difuntos. Por las callejuelas, vemos encantadores de serpientes pero creo que la atracción es ver al turista con su cámara fotografiándolos.

Varanasi, sábado, 21 de agosto de 2004.
Desde que llegamos, me hago la misma pregunta cientos de veces, ¿qué siento con respecto a India? No tengo ni la menor idea. Me siento abrumada por todo lo que ocurre a mi alrededor. Pero no siento ni tristeza, ni conmiseración. No siento pena por sus vidas pobres en bienes, no siento nada. Siento que me quieren engañar, engatusar, llevar al huerto de todas las maneras posibles, allá donde vayas. Nunca acabas de aprender.
El caos es reinante en todo. Es como una maraña ordenada en el desconcierto que impregna al turista occidental. Una no puede pensar, no se puede. Sólo se puede estar y vivir.
Si piensas no sacas nada en claro, sólo suciedad. Cuando te piden, no sabes discernir entre el pobre o el más pobre. Todos piden, ricos y pobres. No existe el silencio. Es el acosador sonido de las calles repletas de rickshaws. Estoy segura que sus conductores, poderosos regateadores, son ya parte del universo místico hindú junto a la Trinidad Brahma-Siva-Vishnú.
La espiritualidad tal y como siempre la he entendido, no existe. La espiritualidad es la cotidianidad. La espiritualidad es la vulgaridad, la gente misma. Hay que cambiar los términos. Creo asegurar que no he encontrado “ese” misticismo. No se obtiene fácilmente ni es accesible. No está en la superficie. No está en ninguno de los lugares donde he estado. No, no entre todo el caos de una civilización como la de India.
¿Cómo se asumen los cambios? Mezclan todo con todo, en un orden incomprensible para mí.
Me asquea y me estremece. Nada huele ahora, es el monzón, pero en esencia es repugnante. Una repugnancia que no se siente, es como los sentimientos. Los hay, pero no los sientes, no los registras. Los dejas pasar. Alberto Moravia decía que esa actitud, la indiferencia, era muy característica de India. No hay gente más indiferente ante al pobreza, la miseria y la enfermedad, que los indios.
Siento que no quiero volver, que no quiero pensar que eso es todo, que seguro que hay algo más, que esto no puede ser India, que esto es el infierno, que soy una privilegiada, que no entiendo nada. Esto no puede ser India.
He estado esperando éste viaje toda mi vida y ahora sólo pienso en volver a mi casa. No me molestan ni las vacas, ni el aspecto de las personas, ni su pobreza, ni su religión, ni el calor, ni el monzón. No, eso es lo que me gusta de India, eso es.
Lo horrible es el acoso, el robo, el constante miedo a ser robado.
Veinte, treinta rupias o más, de más, en todo.
¿Son tantos por su alma corrupta? Una ruleta cármica que no cesa en corrupción. Siempre.
Varanasi Cantt. En el International Tourist Bureau de la estación de Varanasi. A los extranjeros no nos dejan vagabundear por la estación. Todos somos llevados, conducidos hasta ésta habitación.
En el exterior, el mundo indio, el caos de nuevo, la gente sentada en el suelo, cientos, familias enteras, algunos de paso, algunos de ellos residentes. Viajeros indios ricos, como la familia de punjabis de La boda del monzón y pobres. Muchos viven junto a los trenes, por toda la estación.
Dentro, el encargado canturrea una canción. No entiendo el hindi. Algunos extranjeros van y vienen. Preguntan, hacen sus reservas.
No hay ventanas, sólo la puerta de entrada y la del toilet. Tres ventiladores de techo, funcionan a máxima velocidad. Uno de ellos a pocos centímetros de la lámpara que ilumina la habitación.
Unas chicas que hablan francés, francesas o tal vez sean canadienses, dic
en que van muchos, hacen sus reservas. Una blanca y la otra negra. Ambas visten atuendos de aire hippy. Sin duda comprado en India. Todos acabamos vistiendo hippy o indio. La negra, lleva el pelo en rastas recogido en una cola alta. Es muy oscura, como los indios más oscuros. Muy bella. Lleva unos pendientes bastante grandes plateados. Siempre se aconseja no mostrar signos de riqueza. Yo sólo llevo un reloj de pulsera y una pulsera de piedrecillas regalada en Jaipur. Las gomas del pelo. Las niñas de las calles me las han pedido. Piden por todo. Piden siempre. Hasta los que no lo necesitan. Pedir es gratis.
¿Qué es lo real? ¿El exterior o esta habitación carcelaria donde los protegidos extranjeros permanecen ajenos a la inmundicia?
Catorce horas aproximadas de viaje y llegamos a Delhi.

Delhi, domingo, 22 de agosto de 2004.
Buscamos el Hotel Saina, en el 2324 Chuna Mandi, cerca del Imperial Cinema, en uno de los barrios más animados de Old Delhi.

Delhi, lunes, 23 de agosto de 2004.

Cansados ya, nos limitamos a visitar Pat Gagh, donde se encuentran las cenizas de Gandhi y Jama Masjid, la mayor mezquita de India, donde el monzón arremete de nuevo. El fular rojo con el que me cubría comenzó a desteñirse, ante las sonrisas de un numeroso grupo de indios que nos observaban, también ellos bajo la lluvia. Por la tarde, junto a Jan Path, comida en McDonalds, donde encuentras unos deliciosos menús vegetarianos.

Delhi, martes, 24 de agosto de 2004.
No podemos vagabundear, no nos queda dinero, sólo para unas pocas cosas. Pasamos el día en el aeropuerto. Salida del avión Delhi-Frankfurt a las 2:25 a.m, ya miércoles 25.

En ningún lugar, 25 de agosto de 2004.
9:15 h. horario europeo, Frankfurt-Munich, 11:25 h. Munich-Valencia.

Valencia, 15 de septiembre de 2004.
Ante India divago, entre lo racional y lo visceral. Embarcada estoy en el recuerdo, a través de mi memoria, entre la porquería y las flores que inundan el Ganges. Madre Ganga. Es la esencia india, a la que se accede a través de las calles del barrio viejo de Varanasi, Banaras, Benarés. Entre boñigas de vacas, ashrams, vendedoras de hortalizas y niños desnudos, que con descaro, como si no lo necesitaran y se tratara de un juego, te piden “twenty rupees”.
Luego está el resto de la ciudad, el Cantonment, donde los conductores de ciclorickshaws, te
persiguen y los vendedores de sedas te gritan “come to my shop, come to my shop...”.
Sin embargo sé que volveré. Cada día lo deseo con más insistencia. Sueño con Vanarasi. Me invade la emoción del recuerdo idealizado. Pero como en el amor, la pasión me ciega la realidad de la que llaman la cloaca de India.
Tal vez Pasolini tenía razón, «... Alrededor de las piras fúnebres en Benarés: la única hora dulce y serena».


Bibliografía y cinematografía asociada:
- Bibliografía extendida sobre India: http://www.scribd.com/doc/2185672/Bibliografia-adaptada-india
- A.A.V.V. La India del Norte, Nepal y Tibet. Trotamundos. La guía del routard, Salvat - Editores, Barcelona, 2002.
- PASOLINI, P.P. El olor de la India. Crónica de un largo enamoramiento. Ediciones Península, Barcelona, 1996, pág. 97.
- TRILOGÍA DE APU: La canción del camino (Pather Panchali, 1952-55), El invencible (Apajarito, 1956), El mundo de Apu (Apur sansar, 1958).
Director: Satyajit Ray
Nacionalidad: India
B&N
Idioma : Bengalí (subtítulos en castellano)
Música: Ravi Shankar
- La boda del Monzón (Monsoon Wedding). 2001.
Directora: Mira Nair.
Nacionalidad: India
Color

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