domingo, 20 de diciembre de 2015

Transustanciación materna

Han pasado 18 meses desde que mi hija salió fuera de mi útero, pero no dejó de alimentarse de él. Desde mi interior, tomaba lo  mejor de mi cuerpo través del cordón umbilical y se hacía partícipe vibracionalmente de las expresiones de mi mente, en pensamientos, emociones y vivencias, así como del espíritu sobre el que anidamos cada una, formando parte ya de esa constelación familiar que como un puzzle completan el intrincado sistema del equilibrio cósmico.

Un parto en casa, hermoso, doloroso y muy consciente, al que llegaba con toda mi energía, habiendo impartido mi ultima clase de yoga apenas 12 horas antes con contracciones cada 6 min. Aún recuerdo las caras de asombro, temor, y tal vez pavor de las alumnas de la primera fila temiendo verse asistiendo allí mismo un parto de urgencia. Pero no, aún faltaba toda una noche. Llamando a dos amigas a las que invité a asistir el parto, a mis dos matronas... y a mi pareja y mis animalitos. Allí estaban todos, pero en realidad sólo estábamos mi hija y yo, asistiendo íntimamente a cada ola (como mis matronas Teresa y Lena, les gusta llamar a las contracciones), y comunicándonos a través de las respiraciones, aullidos, mantras y el monótono sonido del tambura eléctrico que a modo de Om eterno tenía puesto para dejarme llevar por su caudal sonoro. Exahusta por el dolor, cuando apenas había empezado a amanecer, la mano amable de Teresa me informó de mi completa dilatación y empezaría con los pujos. Por comodidad para mi decidí sentarme en el bidé y disponerme allí. Sí, mi hija nació sobre el bidé, siendo Lena la primera personita que tomaría a mi hija. Lena, pequeñita y acurrucada bajo mis piernas en el sombrío cuarto de baño, apenas iluminadas por una linterna en la mano de Teresa, unos móviles en las manos de mis amigas, alumbrada a través de mi vagina por mi hija que con fuerza salió de mis entrañas. Como una loba en su escondrijo, pariendo a sus cachorros, apretaba fuertemente a Javi, que se encontraba frente a mi, sabiendo el dolor que mi agarre le producía, pero su lamento quedó ahogado, silenciado y olvidado tras nacer mi hija y colocarla ensangrentada y hermosa sobre el torso. Ignorante físicamente (aunque no en la teoría), le ofrecí mi pecho desnudo a aquella bebita de segundos, todavía con un color sonrosado y morado y agotadas pero eufóricas tras toda una noche, nos dispusimos al primer encuentro cara a cara. Mi pecho virgen en lactancia deseaba entregarse con todo el amor, a la espera de esas primeras gotas de calostro. Enamorada estaba de ese momento y de su dulce rostro. Sobra decir que mi hija era ¡el bebé recién nacido más bonito del mundo, pero que otra cosa puede decir una madre! Pero el dolor llegó. Esa criaturita, estaba dañando mis pezones y aunque el calostro llegó y la leche llegó, y las posturas llegaron, mi pecho sangraba y veía las estrellas pero no del cielo.

 Silencio.

Aquella etapa pasó, fue muy larga, como todo dolor, parece que no va a pasar nunca, aunque apenas fueron unos meses. Resolvimos los problemas... Sí mamás, tenéis toda la leche del mundo, las grietas se curan, las infecciones, mastitis y otros problemas se curan, frenillo sublingual se soluciona, sólo se necesita determinación y ayuda de profesionales respetuosos con la lactancia materna: asesoras de lactancia, matronas, pediatras, otras mamás que alienten, grupos de crianza....  No dejéis que os desilusionen y arranquen del secreto resultado a este "sufrimiento" pasajero, por que lo que os voy a contar es lo verdaderamente importante.

A los 5 meses, todo cambió. Y empezamos a disfrutar ambas de la lactancia materna. La sensación de brotar la leche de los pezones, del interior de la mama turgente, repleta de vida, de bioma, de mi propia sangre convirtiéndose en leche...Transustanciación. Este momento místico no es comprendido. Nos quedamos en el hecho físico-emocional, fisiológico de dar el pecho, sus nutrientes, su adecuación a las necesidades de nuestro bebé, alimento, protección inmunológica, afecto... sí. Todo eso está muy bien, y no deja de ser cierto, pero los mamíferos somos los únicos seres que alimentamos a nuestras crías con nuestra sangre una vez han nacido. Con nuestra sangre, sí, como Jesucristo. Cada madre se entrega en sacrificio (qué hermoso sacrificio) a cada tetada de su bebé. Y aún hay quién dice: <<pero si no pasa nada si le das biberón, los míos se han criado muy bien así>>. No confundamos las cosas. Pasar pasan muchas cosas, yo misma fui una bebé criada con biberón y leche de fórmula, y aquí sigo, pero no quiero desviar mi escrito hacia unos argumentos excusativos y tal vez estériles hacia el propósito de estas letras. La madre que decide dar el pecho "consciente" y "libremente", está entregando una parte de su cuerpo, una transfusión a su hijo, una verdadera bendición. ¡Oh! ¿Qué decimos de los que donan sangre? ¿de los que donan un órgano en vida a un familiar? ¡Oh! ¡Oh!, aplausos, admiración, coraje...¿qué decimos de las madres que dan el pecho y tienen problemas o dan el pecho más de 6 meses, o de 12 o de 18 meses?.... ¿queréis que os lo vuelva a contar? Creo que las que somos madres "tetosas", ya sabemos las bienintencionadas sugerencias, pero equivocadas y seguramente ignorantes en muchos casos.

Transustanciación materna, es uno más de esos más grandes milagros de la naturaleza. Esa que el ser humano se obstina en no escuchar y destruir. Mamás del mundo, hacer magia, hacer milagros y entregaros con el cuerpo y la sangre a vuestros bebés, descubriréis lo poderosas que sois, aunque algunos se dediquen a haceros creer lo contrario.

                 

FOTOS: Elisa Real Andrés®